Cnel. FEDERICO BRANDSEN


Aquel 20 de febrero de l827, comenzó el día con la gloriosa batalla de Ituzaingó.
El Imperio del Brasil, jaqueado por mar y tierra, presenta armas frente al bravo Ejército de la República Argentina. Los infantes imperiales, a pesar de hallarse bajo fuego continúan su movimiento frontal.

El General Carlos María de Alvear, Jefe del Ejército argentino, da en esos momentos orden al Coronel Federico Brandsen de cargar al enemigo al frente de su división, compuesta por los regimientos 1ero y 3ero de caballería, que junto con el batallón 5to., y las baterías de Chilavert y Arengreen habían sido los primeros en tomar posición aquella madrugada y mantenían bajo fuego a las tropas imperiales del Brasil.

El Coronel Brandsen hizo observar respetuosamente a su General que, al cargar de frente al enemigo encontraría en su camino un zanjón longitudinal que, dividiendo en dos el campo de batalla, obstaculizaría las evoluciones de la carga de caballería criolla, poniendo en riesgo la misión encomendada, entrañando la posible pérdida de la división a su mando.

Mientras esperaba la resolución del General Alvear, formó sus tres escuadrones y ordenó al comandante Pacheco, Jefe del regimiento 3ero., que lo apoyase en reserva. Luego se colocó, altivo y tranquilo, frente al regimiento 1ero., Sable en mano…………….

El Jefe brasileño, que observaba estos movimientos, se detuvo a corta distancia de aquella zanja fatal, de altas barrancas y espesa vegetación que ofrecía un estrecho paso hacia sus líneas. El Jefe imperial vio lo mismo que Brandsen: ubicando la caballería a su derecha, para desplegarla en el momento oportuno, replegó sus tiradores, formó con sus tres batallones un sólido cuadro, y esperó…………..

El General Alvear al recibir el mensaje de Brandsen, viendo acaso una observación a sus ordenes o quizás temeroso de que se perdiera el momento precioso de la sorpresa, se dirigió a la carrera hacia el Coronel Brandsen, quien se adelantó a recibirle, cruzándose entre ellos este breve diálogo, según lo cuenta como testigo presencial el comandante Pacheco.

En el mismo, ya aletea la muerte:
-“¡Coronel Brandsen! Cuando el Emperador Napoleón daba una orden sobre el campo de batalla, ninguno de sus jefes la observaba, aún cuando supieran que iba a morir”.

-“General, sé que voy a morir, pero cumpliré la orden…” Y marchó a ocupar su puesto de combate. Alvear, espada en mano, le sigue.

Brandsen, en uniforme de gala, cubierto su pecho de condecoraciones ganadas a punta de sable, está magnífico y soberbio sobre su caballo de pelea. Es como un viejo paladín que se ha despojado desdeñosamente de la cota, de los brazales, del escudo. Sus ojos fulguran, pero se diría que su marcial figura está como envuelta por el vaho melancólico de su triste destino……………..

Se alza sobre sus estribos, pronuncia breves palabras que los clarines traducen y repiten con larga y aguda vibración de mando. ¡ Y parte!.

Brandsen, que observa que su General galopa a su costado dispuesto a cargar también, le ruega que se detenga, reclamando para sí la gloria póstuma de un puesto que se sabía capaz de ocupar con honor.

Alvear, emocionado, según refiere el General Díaz en sus memorias, sofrena su caballo y se repliega lentamente al centro de su línea para observar la marcha de los sucesos.

En aquel mediodía del 20 de febrero, los escuadrones del regimiento devoran la distancia en la formidable carrera en plano descendente tal cual lo esperaba el Jefe brasileño. Los sables de los jinetes destellan, llegan así al zanjón y son cargados crudamente por las fuerzas imperiales. ¡Siguen!

El enemigo está como subyugado por el soberbio espectáculo de la temeraria embestida de nuestro Ejército Nacional. Faltando una treintena de metros para que choquen los dos ejércitos los fusiles del cuadro alzan su voz trágica de salva que siembra la muerte en las tropas nacionales.
Detenidos los caballos por el torrente de fuego, cargados a su vez por la caballería imperial, remolinean, retroceden. Retumban otras y otras descargas que abaten en tierra jinetes y caballos.
Brandsen, mortalmente herido retrocede con sus heroicos soldados; los reorganiza sobre el borde mismo del zanjón fatal, recibiendo nuevas heridas que le arrancan la vida y al caer gloriosamente de su caballo grita a sus jinetes: ¡Carguen! Y lo hacen, pero sin cohesión.
Es la suya, la agonía de los bravos. Dan, empero, formidables zarpazos a la caballería contraria que le sale al paso, hasta que ganan el amparo de los cañones de Iriarte, que reabren sobre los imperiales el fuego a metralla, bomba y bala raza. El Jefe brasileño a pesar de su victoria inicial retrocede viendo fracasar su ataque, diezmado por las armas argentinas.


El caballeresco Brandsen duerme ya el sueño de la gloria. Gloria por la República Argentina, que forjó desde l8l7, año en que llegando a Buenos Aires se incorpora al Ejército de Los Andes junto al General San Martín, participando en los combates de Cancha Rayada y Maipú y formando parte de la Expedición Libertadora al Perú, alcanzando el grado de Coronel en el campo de batalla.

Había nacido en París el 28 de noviembre de l785. S u nombre completo fue Carlos Luis Federico. Como hombre de armas, sirvió bajo las ordenes de Napoleón, participando en diversas batallas en la campaña Alemana. Luego de la caída de Napoleón viaja hacia el Río de la Plata.

Luego del triunfo definitivo de las armas argentinas, su cuerpo fue recuperado en el campo de batalla, reconocido por su uniforme y las medallas que cubrían su pecho.

A lo largo de esta reseña hemos encontrado a los Héroes de aquel 20 de febrero glorioso; ellos conquistaron aquel día la victoria. La gloria y la posteridad llevaron al más alto sitial en el Altar de las Patria al Coronel Federico Brandsen.

Carlos Hugo Hadad.

Bibliografía consultada:

Historia de la guerra del Brasil – Cnel. Amadeo Baldrich.
Historia de San Martín – Bartolomé Mitre.